PALABRAS DEL SR. MINISTRO DEL INTERIOR Y SEGURIDAD PÚBLICA EN LA
PRESENTACIÓN DEL LIBRO “MAPUCHE: HIJO DE DOS NACIONES”, DE DIEGO ANCALAO
Santiago, 29 de agosto de 2015
Más allá de los temas de fondo de que trata el libro,
hay dos elementos que no quiero dejar pasar y que explican, en buena medida, el
porqué del texto que hoy estamos presentando.
Primero, la historia de vida de Diego Ancalao, el
autor de los relatos que dan vida a este libro. La historia de un joven nacido
en los años 80’ en Purén.
Recuerdo que en ese tiempo yo estaba cursando Derecho
en la Universidad de Chile y nos uníamos, quizás tímidamente aún, a la lucha
por recuperar la libertad y la democracia. Pero en esos mismos años Diego
comenzaba a dar sus primeros pasos allá en la provincia del Malleco, de la mano
de padres campesinos de mucho esfuerzo y en un ambiente de pobreza.
Y así, haciendo frente a las dificultades, a la
discriminación y a quienes le decían que no había ninguna posibilidad, supo
sobreponerse y seguir adelante para alcanzar las metas que se había propuesto.
Y claro, entre esas metas está la de visibilizar y reivindicar la historia del
pueblo mapuche. Y Diego lo ha hecho desde un lugar que el diputado Sergio
Aguiló reconoce en la presentación del libro como muy difícil: el lugar de la
política.
No por nada, he conocido al autor en el marco de las
reuniones que hemos tenido en el Comité Político con la Nueva Mayoría, como
representante de Izquierda Ciudadana.
Y destaco esto porque en momentos como
los actuales, la política es compleja, y está marcada por
el desprestigio y un malestar ciudadano que se arrastra ya desde hace tiempo,
pero que se ha visto agravado por las actuales faltas a la ética.
Permítanme al respecto hacer un paréntesis y recordar
que en nuestra historia política y parlamentaria hubo una época, previa al
golpe militar, en que los mapuche alcanzaron por el voto popular una
representación destacada: Francisco Melivilu, electo en 1924, Huenchullán,
Cayupi, Huenuman o el recordado Venancio Coñuepan, entre otros. De hecho
Coñuepan fue fundador de la Corporación Araucana, diputado en tres periodos y
Ministro de Tierras y Colonización en el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo.
Y todos ellos, independiente de sus muy variadas
filiaciones partidarias, buscaron desde la política aportar al desarrollo del
país e instalar en el centro del debate las condiciones de vida y derechos de
los pueblos originarios.
No me queda más que saludar y reconocer a aquellos
jóvenes que han preferido no quedarse en el malestar, la queja o la apatía,
sino que dedicar sus esfuerzos, energía y talento a represtigiar esta
actividad. El propio Ancalao valoriza el rol de la política y los políticos, y
afirma, sin ambages, que:
“Para avanzar hacia un desarrollo de verdad es necesaria la
participación política de todos los actores sociales (…) Los ciudadanos y
especialmente los jóvenes deben prepararse, atreverse y trabajar en la construcción
de una propuesta de cara al futuro…”[1].
Y esa participación y acción política cobra especial
relevancia cuando lo que inspira esa decisión es, en palabras del autor, dar
una verdadera batalla “contra la pobreza,
la falta de oportunidades, la discriminación y la injusticia”[2].
Déjenme decirles que no puedo sino compartir plenamente esos propósitos, porque
a fin de cuentas son los mismos objetivos que animan al Gobierno y a la Nueva
Mayoría.
Pero vamos a lo que nos convoca, que es el libro
“Mapuche: Hijo de dos naciones”. Aquí Diego Ancalao reúne 31 artículos
publicados en diferentes medios de comunicación, incluido el discurso que el
mismo autor pronunciara en el primer Congreso Nacional de Izquierda Ciudadana.
Y en todos ellos, ya sea al preguntarse sobre la “paz
en La Araucanía”, o hablarnos de la industria forestal, la noción de autonomía,
la corrupción, la esperanza en los jóvenes, la historia del toqui Pelentaro, la
educación, el deporte, la política energética y muchos otros, lo hace siempre interpelando
al lector desde el orgullo y la reivindicación del ser mapuche.
Y aquí quiero hacer una primera afirmación: creo
sinceramente que todos aquellos que reducen el problema de La Araucanía a la
violencia están muy equivocados. Hay hechos de violencia y delitos que han
tenido muy lamentables resultados –para mapuches y no mapuches–, y esas
situaciones deben ser enfrentadas con fuerza y con la legitimidad de la ley.
Pero el problema de fondo, y lo he señalado en otras
ocasiones, es que como sociedad no hemos sido capaces de reconocer y corregir
una historia de maltrato y discriminación hacia los mapuche que se arrastra
desde lo que eufemísticamente hemos llamado “pacificación de La Araucanía”.
Como señala Ancalao en uno de sus textos, y aquí lo
cito: “para lograr la paz no basta con
crear condiciones para el diálogo y citar simplemente a las partes en
conflicto, (…) el desafío consiste en que seamos capaces de instaurar una nueva
forma de liderazgo, de impulsar una sociedad solidaria que otorgue igualdad de
oportunidades a todos”[3].
Hemos avanzado, es cierto, pero tenemos temas pendientes.
Recuerdo una conversación que sostuvimos hace ya tiempo con el Primer Ministro
de Nueva Zelanda, y le pregunté cuál era el momento que él podía identificar en
que se había avanzado efectivamente en una nueva relación entre los
neozelandeses y el pueblo maorí. Y él me señaló que fue cuando se asumió en la
sociedad que en esa materia tenían un problema. En Chile no hemos terminado de
asumir que tenemos un problema.
Situaciones de pobreza y falta de oportunidades
existen claramente. Actos de discriminación hemos visto en muchas ocasiones. Y
qué decir que como sociedad aún no logramos comprender en toda su complejidad y
riqueza las particularidades de la cosmovisión y la cultura mapuche, y mucho
menos reconocer el carácter multicultural de la sociedad chilena.
Hemos aprendido que las soluciones impuestas desde
arriba o las propuestas construidas exclusivamente desde lo que se llama el
“poder” no tienen otro destino que el fracaso. Lo que se requiere es dialogar,
escuchar, comprender que el concepto de crecimiento y desarrollo no es igual
para todos. Entender a fin de cuentas que se trata de un tema de carácter
social, cultural y político.
A través de las páginas del libro hay asuntos recurrentes:
la pobreza y la exclusión, las ganas y la determinación para salir adelante
pese a las dificultades, el orgullo de la herencia mapuche, la historia de un
pueblo y sus héroes que estaba aquí antes de la llegada de los españoles, y
aspectos aun no resueltos como el reconocimiento constitucional de los pueblos
originarios.
Y sobre este último punto el autor nos interpela a
avanzar, ya que una medida de este tipo “es
un aporte significativo a superar los conflictos desde una perspectiva
filosófica y práctica de mayor profundidad y alcance, que puede contribuir a
ese reordenamiento y reorganización que la sociedad chilena empieza a demandar
con urgencia”[4].
No puedo sino estar de acuerdo con Diego. Hemos
avanzando en estos 25 años de democracia, pero no hemos logrado consolidar los
elementos definitorios de una auténtica política de Estado de largo alcance
respecto a los pueblos originarios. Y uno de esos temas pendientes dice
relación con el reconocimiento constitucional.
Ustedes bien saben que el Gobierno ha señalado con
claridad que este es un desafío impostergable. Y creo, sinceramente, que el
proceso constitucional, la construcción de una nueva Constitución, puede ser un
punto clave para comenzar a reparar esa deuda histórica que mantenemos. El
reconocimiento constitucional de los pueblos indígenas debe ser, sin duda, uno
de los ejes de la nueva Constitución, que debe hacerse cargo del carácter
pluricultural del país.
En cada uno de sus textos Diego nos interpela a todos,
mapuche y no mapuche. Un llamado a combatir las injusticias y defender lo que, a
su juicio, legítimamente le corresponde al Pueblo Mapuche. Podemos no compartir
todo, podemos tener diferencias, pero no me queda más que valorar la manera
honesta en que el autor se plantea ante la defensa de los derechos de los
mapuche, cuando nos señala que esta “ha
de ser abierta, clara y especialmente no violenta, sostenida inmutablemente en
la fuerza de la razón y el poder de nuestras ideas”[5].
En los diversos escritos, elaborados en distintos
momentos y coyunturas políticas está siempre la visión de un joven mapuche
orgulloso de ser quien es, comprometido con el país y los más desfavorecidos,
decidido a aportar. Como muy bien él señala en el artículo “¿Por qué entré a la
política”: por ser una cuestión “moral y
valórica, donde si tu no haces algo por combatir las injusticias, entonces eres
cómplice”[6].
Por este llamado, que nos recuerda a todos los que
estamos en política el fin último de esta noble actividad, es que recomiendo la
lectura de este libro.
Muchas gracias.
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